Aventura entre los tejos de Pagoeta
La segunda jornada de expedición por tierras guipuzcoanas comenzó en el mismo lugar donde había finalizado el día anterior: el Jardín Botánico de Iturraran. Es tal la inmensidad y riqueza de este jardín, que podríamos pasarnos allí media vida y no terminaríamos de descubrir las sorpresas botánicas que esconde. Además, se trataba de aprovechar una ocasión muy especial.
Tuvimos el privilegio de que nos acompañara, durante la primera parte de esta segunda visita, el ideólogo, creador y más entusiasta defensor de este singular oasis de naturaleza exótica, enclavado en el corazón del Parque Natural de Pagoeta: nuestro querido amigo Paco. En un alarde de generosidad, nos deleitó con sus detalladas y sorprendentes explicaciones sobre la historia del jardín, su gestión y, sobre todo, la riqueza de coníferas que alberga el tramo del recorrido por el que nos acompañó.
Tras despedir, llenos de agradecimiento, a nuestro guía de excepción, llegamos hasta el cercano complejo que forman los restaurados molino harinero y ferrería de Agorregui, donde pudimos contemplar el funcionamiento de estos antiguos ingenios mecánicos movidos por la fuerza del agua, que nos trasladaron en el tiempo hasta los siglos XVI al XIX, cuando tuvieron su época de esplendor.
Regresamos, junto a los canales que trasladan el agua hasta la ferrería, por un camino lleno de encanto otoñal que nos condujo de vuelta al autobús con el que nos desplazamos, de nuevo, hasta la vecina Aia, donde comenzó la última y más aventurera parte de este intenso fin de semana: la Ruta de los Tejos de Pagoeta. Ni las pocas horas de luz que quedaban, limitadas por el cambio de horario, ni la amenaza de lluvia inminente, ni el cansancio acumulado de la jornada anterior, amedrentaron las ansias de monte de estos intrépidos expedicionarios, ávidos por descubrir los secretos naturales que alberga este casi misterioso bosque, único en Europa, por la importante regeneración de una especie tan emblemática como es el tejo, que se está produciendo en él de forma espontánea.
Las amenazas se cumplieron y una persistente lluvia acompañó a los integrantes de este entregado grupo de amantes de la naturaleza en la segunda mitad de la ruta, lo cual no fue óbice para que pudieran disfrutar de sorprendentes paisajes donde los tejos conviven con árboles autóctonos como robles, olmos, fresnos o hayas en unas zonas y, en otras, con coníferas como alerces, píceas o cipreses de Lawson, provenientes de lejanas latitudes.
Al filo del anochecer, la expedición culminó la hazaña. Mojados, pero con la satisfacción de haber cumplido el objetivo, los integrantes de este animoso grupo de “guardabosques” emprendió el camino de vuelta a casa, llevándose en sus recuerdos imágenes como las que se pueden encontrar en este album de fotos.